Afortunadamente, hoy el Comité ha tenido la sensatez de "permitir" a los comercios abrir entre las 10 de la mañana y las 2 de la tarde para que la gente pudiera abastecerse. Así, yo he decidido salir de mi encierro y dar un paseo hasta la catedral; para comprar luego algunas cosas que hacían falta. Las imágenes han sido desoladoras.
La gente por la calle cargando en remolques para moto sacos enteros de patatas, arroz, panela... Llevando del mercado ramas de banano completas con más de 40 o 60 piezas de fruta.
Por descontado, los pequeños comerciantes han comenzado a vender desde más temprano (las 7:30 u 8). Y ya desde que he salido, alrededor de las 8:30, las filas delante de las tiendas de alimentación -aquí se llaman 'graneros'- eran inmensas. Más aun puesto que no son autoservicio, sino la mayoría de ellas un mostrador casi a pie de calle que atiende cliente por cliente.
En mi primer intento la catedral estaba cerrada. He ido a desayunar; nuevamente, el lugar bastante más abarrotado y ruidoso de lo habitual. En los 10 minutos que faltaban para que abriera el supermercado he dado un paseo por la vereda del río para despejarme del agobio de la calle principal.
Finalmente, dentro del supermercado he olvidado varios de los productos que iba a comprar porque la falta de cestas me ha hecho cuestionar cómo iba a cargar con todo. En un momento, incluso he pensado en salir de ahí y no arriesgarme. Había tanta gente intentando pasar hacia el area de fruta y verdura que temía que, si lograba acceder, no podría salir. Porque evidentemente seguía entrando más y más gente de la calle. Sobre todo, mi miedo era el ánimo de la gente, la impaciencia. Cuando se trata de comida nadie está dispuesto a ceder el paso o relajar el tono.
A ratos alguien se molestaba por no lograr pasar o por lo lleno que estaba y se notaba el ambiente calentarse. Por suerte el supermercado estaba bien abastecido y ninguna cosa llegó a más.
La espera para pagar ha sido de aproximadamente 1 hora. Con empujones, "¡no se cole!", y encuentros con conocidos incluida. La palabra que más he oído hoy ha sido "Venezuela", a veces en chiste, a veces con sarcasmo, en ocasiones con pesar.
Tras dejar las cosas he logrado volver a salir y encontrar, por fin, el lateral de la catedral abierta para la misa de domingo. Yo prefiero el templo cuando tengo espacio para mi reflexión personal, y no soy muy de escuchar sermones. Pero hoy me ha gustado algo que ha dicho el párroco, naturalmente relacionado con la situación:
"La justicia es el único camino para alcanzar la paz, dar al pueblo lo que necesita es el único camino para la paz".
Y me recuerda a una conversación con mi amigo Luis, un chico de Bogotá que trabaja en la Gobernación y trata con las comunidades a diario (incluidos grupos armados y sus familiares). Él me contaba que una señora familia de guerrilleros, hablando sobre las conversaciones de La Habana, decía:
"Cuando regresen los vamos a matar por traidores, ellos han negociado eso sin pedir nuestra opinión. ¿De qué me sirve la paz si acá seguimos sin electricidad, sin agua ni nada?"
Por descontado, aquí tiene 'el acuerdo' una tarea titánica de educación y re-educación para lograr transmitir que ya se ha sufrido bastante, no se ha conseguido nada; y si se va a lograr será reinvirtiendo los recursos de la guerra en el pueblo, pero no con más lucha armada.
Pero la realidad de fondo en las palabras de esa señora es que esta pelea empezó para dar una vida digna a los pobres, y eso aun no se ha logrado. El gobierno sigue centralizado en el 'triángulo administrativo' de Bogotá, Cali y Medellín, fuera del cual suerte y a Dios gracias si consigues servicios básicos. Se siguen atendiendo prioritariamente las necesidades de las élites, ignorando por completo un pueblo desesperado por hacerse oír.
El paro, os lo explico, es -entre otras cosas- porque el hospital tiene una deuda más grande después de haber pasado a ser gestionado por el gobierno central que antes. Cuando lo que se trataba de evitar era la corrupción del gobierno local, han robado el dinero desde Bogotá. El paro es porque ese hospital no atiende servicios básicos como derrames cerebrales o ataques cardiacos. Y una avioneta medicalizada a Medellín cuesta 11 millones de pesos (3.400 euros).
Y a pesar de todo, tal vez estamos mejor que en Alemania.
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