miércoles, 10 de agosto de 2016

Asistencialismo

Más allá de los daños directos que desgraciadamente en ocasiones se dan (corrupción, abuso, expropiación de identidad cultural), el peor mal que puede hacer una organización a la comunidad en la que trabaja es, sin duda, generar una dinámica de dependencia.

La cooperación y la academia del desarrollo son disciplinas jóvenes -de los 90s-, con raíces puramente centradas en el crecimiento económico. Y los proyectos de desarrollo se han pensado muchas veces desde la posición caritativa de "démosle al pobrecito que no tiene" o desde el generoso con poder ofreciéndole al débil. En casos aun peores incluso, los ricos invertían (invierten) para mejorar zonas estratégicas solo si esperaban de alguna manera obtener un incremento en sus negocios allí; o sus inversiones devueltas con creces.

Por ello, solo los proyectos que empiezan ahora (y no todos) se plantean la importancia de no generar dependencias a los usuarios. De empoderar. Y de incentivar que el Estado se encargue de cumplir sus labores donde no lo estaba haciendo. Para que, cuando la organización se vaya, los servicios sigan en pie.

Nos desplazamos ahora a Quibdó. A cada paso se ve un coche oficial de alguna organización distinta: Comité Internacional de la Cruz Roja, Organización Internacional para las Migraciones, World Wildlife Fund, Misión Médica, Misiones Salesianas, Misiones Franciscanas, la cooperación suiza -como quiera que se llamen, hay suizos a tutiplén-. Paseas y encuentras fundaciones locales. Para mujeres con microempresas tengo dos distintas al lado de casa.

Quibdó tiene 100.000 habitantes. 
Me juego la mano a que en los últimos 10 años ha tenido por lo menos 1 proyecto por cada 100 de ellos.
Aun así, el nivel de vida deja bastante que desear.
Muchas calles están sin asfaltar. No hay agua potable si no se hierve. Tampoco baños en muchas casas (aproximadamente la mitad de los niños de mi escuela no tienen, con el consecuente problema de higiene y salud). La desescolarización y analfabetismo no lo curan la presencia de escuelas. Se pasa hambre. Los niños tienen los dientes podridos por malnutrición. 

Entonces, ¿qué falla?

A mi parecer, y el de Jhoiver -un joven catedrático de español en la universidad-, nadie se ha molestado en incentivar la responsabilidad personal. Él viene de una comunidad colectiva en la cual su padre plantaba para todo el mundo en tierra compartida. Mientras su padre plantaba, el señor que había sembrado y cosechado en el turno anterior alimentaba a la comunidad. Posteriormente, la comunidad se alimentaba de la cosecha de su padre mientras crecía la que plantaba el siguiente señor, y así. Jhoiver me explica que la absorción por el sistema capitalista de estas comunidades es abrupto. Cuenta que es complejo explicar los términos de la pertenencia privada a quien ha vivido siempre así. Él piensa que donde se equivocaron las organizaciones como la Fundación desde el principio fue en no ayudar a crear un concepto colectivo de lo que se ofrecía a la gente como algo "de todos", para propiciar así su cuidado. Me cuenta que se han limitado a dar y dar sin más, y la gente se ha acostumbrado a recibir.

¿A quién no le gustaría que le dieran todo hecho? ¿Se puede culpar a la comunidad? Yo creo que no. Tras más de 10 años de repartir inconscientemente, sin apoyarse en ningún tipo de programa para incrementar las capacidades locales, la propia Fundación ha transformado a esta gente en limosneros.

 No era su naturaleza. No lo es. Siguen teniendo potencialidades.
Pero nada desespera y desesperanza más que un niño extendiendo la mano para decir:
"- Deme 200, seño".




 


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