lunes, 21 de agosto de 2017

Lo que no te cuentan sobre ser cooperante

Hace una semana regresé a Quibdó.
Dispuesta a vivir más Chocóaventuras.

Esta vez, en condiciones muy diferentes. Una casa mejor, UN SUELDO, y yo (YO) coordinando el equipo del proyecto.
La organización operadora, desde el primer momento, ganándose mi confianza -aunque ya me he escaldado más de una vez por ser de las que la da demasiado temprano. Un proyecto sostenible en el tiempo, orientado a reforzar e implantar capacidades locales, diseñando la ruta teniendo en cuenta varios diagnósticos participativos... Lo mejor que he visto en mi breve carrera dentro de la cooperación, vaya.

Sin dudar, acepté el puesto. No pensé en compromisos previos, ni en dificultades del en el momento de hacerlo.
Mi único lugar a duda fue el proyecto voluntario que dejaría atrás, Poliamor Bogotá. Y el miedo a que el impulso que había tomado cayese con mi marcha. Al escuchar de mi equipo que no sería así, que los talleres continuarían, esperé sentirme llena de alegría por tener por fin el puesto que llevaba un año esperando -entre tareas absurdas y voluntarias-.

Pero no.

Porque no te cuentan que, al igual que al regresar de una zona difícil existe una pequeña depresión por el contraste con el privilegio, esta sensación se da también a la inversa. En lugar de feliz, me pasé una semana entera casi sin poder salir de la cama pensando que debería enfrentarme de nuevo a la escasez de agua, los cortes de energía, la mala alimentación, las cucarachas y las ratas callejeras. A los niños desnutridos, a la desalfabetización, a la contaminación y a la indiferencia.

Después se me pasó. Fue un periodo de ajuste. En el cual luchaba con la idea de deshacerme de todos los privilegios a los que me había acostumbrado. El más preciado: el privilegio de mirar hacia otro lado mientras sabes que en el mundo pasan esas cosas.

En cuanto acepté que había estado en una burbuja de irrealidad respecto a mis deseos laborales, recuperé la alegría por mi logro. Y desde entonces solo he sentido felicidad y agradecimiento.

Tampoco te cuentan que, sobre todas esas cosas difíciles de la vida en terreno, la más dura es la soledad. Llegas e intentas formar vínculos nuevos. Pero sabes que será a corto plazo, y ellos también. Seguramente, si es una zona de alta vulnerabilidad, las personas locales han visto miles de cooperantes llegar e irse. Así que junto con tu precaución por el apego estará la suya propia. Sin decir que las amistades sinceras no se forjan en dos días.

Solo los niños y niñas te abrazarán incondicionalmente, pero tu marcha será una nueva traición que añadir a la lista de sus dolores.

Aunque no lo parezca, estoy muy feliz de estar aquí. Esta ciudad esconde magia en sus rincones. Y este es, definitivamente y con todas sus habas, el trabajo que amo.

Pero ay, cuanta pena se ahorraría si nos contaran honestamente cómo es el mundo.

Solo que, tal vez y como me decían hoy, es vivirlo nosotros lo que nos hace felices.