viernes, 15 de septiembre de 2017

Preguntando se llega

El miedo más grande de una cooperante en terreno no son las cucarachas o las ratas.
No es quedarse sin agua, o sin luz.

El miedo más grande de una cooperante en terreno es tener una enfermedad o algún accidente.
Aquí, a por lo menos un viaje de avión de cualquier hospital decente.

Y yo, que tengo la suerte de haber entrado de lleno en el mundo de la cooperación (anoche jugaba un partido de fútbol con gente de FAO, Unicef, ACNUR, y otras grandes estrellas) pero no tanta como para que me hagan contrato fijo, me vine -incauta- con un dolor de muelas. ¿Qué tiene que ver el tipo de contrato con el dolor? Pues muy sencillo, que a los independientes no nos dan días por enfermedad, ni permisos para el médico, ni nada similar.

Como alguien solía repetir: Los autónomos no nos ponemos enfermos.

Pero sí, a veces sí nos ponemos y lo que toca es aguantar porque sigue el proyecto. Así que me he visto en Quibdó y pensando cuándo sacaba el momento para regresar a arreglar esto en Bogotá. Resulta que el dentista ha querido una radiografía antes de meter mano al asunto y, bueno, os podéis imaginar la odisea para encontrar un radiólogo dental.

Más de dos horas entre las mismas 10 cuadras.
Pero, como dice el dicho, preguntando se llega a Roma... O a cualquier otro sitio.

Y así, hoy he confirmado que la mejor manera de encontrar algo es preguntando. Da igual si sabes de antemano la dirección. Seguramente no esté donde pone, ni donde te dijeron. Es muy probable que: "llegando allá, antes del Mercamés, enfrente", no te parezca en origen una información de gran utilidad. Vuelve a preguntar. Si con: "en el pasaje Colombia, entre un mercado y el otro, hay un Gana, el sitio es de cristal" no es suficiente, pregunta de nuevo. Y llegarás. 

Sobre todo, la gente es amable. Por encima de toda la mala fama, de la cultura del miedo que desde fuera e incluso algunos desde dentro fomentan, la verdadera cara del Chocó es de personas dispuestas a ayudarte a cambio de nada.

Como la señora que me guardó los refrigerios en su "tienda" -por llamar de alguna manera al chuzo de madera que regenta junto a la cancha- y no quiso aceptar los dos mil pesos que le ofrecía en concepto de arriendo.

O el rapimotero que me vio cargando la compra en el aguacero y me acercó gratis hasta la casa.

Gente buena, que lo sería más si se creyera más en ella. Si se fomentara su capacidad de creer en ellos mismos en lugar de lo contrario.

La profecía auto-realizada, podemos inventar para bien o para mal.

miércoles, 13 de septiembre de 2017

Bienestar Familiar

Mi primer sábado aquí tuve, para abrir boca, una de esas experiencias que te recuerdan de golpe donde estás.

En frente de casa hay una chatarrería. El dueño es un señor barrigón de Ibagué, amante de los animales, que me ha ayudado en el par de ocasiones que me he visto sin agua.

Ese sábado vi un par de niños de unos 8 o 9 años, que traían una carreta cargada de piezas metálicas oxidadas, hablando con él y otros de los empleados de brazos musculosos del taller. Miraba, entristecida, recordando que uno de los líderes de mi equipo había hablado sobre el trabajo infantil como una de las principales problemáticas a erradicar en la zona.

Seguía observando fijamente, ante las miradas de desconfianza de los trabajadores por mi insistencia, ya que esos niños me resultaban familiares. Pero, no, no podían ser ellos... La escuela en la que había estado hace un año queda lejos de aquí y la casa de esos dos niños tampoco queda por esta zona. Aun así, seguí viendo la escena un rato, en la cual tres muchachitos negociaban con esos hombres sobre el precio de la chatarra.

Al terminar de venderla y darse la vuelta para coger la carreta pude comprobar que, efectivamente, eran Yosmer y Deivid. Yosmer, ese pequeño del que os hablé por robarme el corazón con sus ganas de estudiar. Mi favorito entre los 480, a sabiendas de que no debería tener uno.

Le llamé y me acerqué a hablar con ellos un rato. Me contaron que habían cambiado de casa y vivían ahora en un barrio cercano al mío. A pesar de ello, siguen caminando hasta la escuela; que está a más de 15 minutos en moto.

Este sábado volví a encontrarme con Deivid, el hermano menos juicioso de los dos. Le ofrecí una galleta y esta vez aceptó. Se la comió, junto con dos vasos de agua, como si hiciera días del último bocado. Aprovechando cada miga. Le pregunté por su hermano y me contó que se lo había llevado "Bienestar Familiar". No me supo decir por qué.

Así que ayer, aprovechando que debía acompañar a la líder de esa escuela durante su entreno, le conté la situación a quien fue mi compañera durante el voluntariado. Ella lleva un par de años trabajando en el barrio, e incluso me había comentado sobre las ganas que tenían ese par de niños en concreto de volver a verme. Llamó a la profesora de 4º B para averiguar cuál era la situación.

Efectivamente, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) tiene en estos momentos la custodia de Yosmer tras haber sido detenido robando en un supermercado. Está en una casa de acogida. No sabemos en qué condiciones. La madre, que no ha ido jamás a recoger un solo boletín de notas al colegio, tampoco ha ido al ICBF a interesarse por el niño. Al parecer, a menos que un familiar se interese y comprometa a hacerse cargo de él, permanecerá bajo la custodia del estado y separado de Deivid y su otra hermana.

En estas situaciones es muy difícil saber qué hacer. El corazón te pide lucharlo todo por el niño y dedicarle todos los recursos en tiempo y esfuerzo. Investigar, hablar con el ICBF mil veces, con la familia, intentar verle para saber si está bien... Y la razón te recuerda el mantra de la cooperación: No se puede salvar a todo el mundo. Cada recurso extra que dedicas a un "caso perdido" son menos recursos para aquellos que aun tienen posibilidades de salir adelante.

En todo caso, lo vamos a intentar. El viernes vamos al ICBF a insistir para que nos dejen hablar con Yosmer. Ver en qué condiciones está, qué quiere hacer él y si es en su interés que intentemos que le devuelvan a su familia o no.

sábado, 9 de septiembre de 2017

Negro y Blanco

Tengo un amigo, Keops -sí, se llama como el faraón egipcio- que lleva una tienda Afro aquí. Ha vivido mucho tiempo en Estados Unidos. Allí, estudió historia. Ahora, además de la tienda, lidera acciones comunitarias a favor del conocimiento de la historia Afro, el Pan-africanismo y la reparación de los daños a la población negra.

Lleva gafas de pasta de gran aumento y tiene unas rastas que le llegan a la cintura. Es de Buenaventura, alto y fuerte. Bastante guapo. De unos cuarenta años. Su mujer y dos hijas viven en Estados Unidos.

Es muy interesante hablar con él. Le gusta leer sobre el Nacional Socialismo y las ideas que han llevado a las creencias de supremacía blanca. Nuestras conversaciones me han llevado a pensar mucho sobre la dicotomía del negro y el blanco.

A continuación, algunas reflexiones:


En mi tiempo en Estados Unidos coexistían de forma prácticamente indistinguible. En esa universidad, posiblemente gracias en parte a los equipos deportivos, la mayoría de los grupos de amigos eran mixtos. Los dormitorios también. En cualquier fiesta podías encontrar blancos, negros, latinos y, en menor medida, las otras etnias que nuestra universidad se caracterizaba por tener.
Las parejas mixtas eran comunes.

Sobre todo, no se apreciaba una fuerte diferencia cultural entre unos y otros. Todos, hijos del capital. Desde la chica polaca o el muchacho ruso que trabajaban conmigo en la biblioteca, pasando por los asiáticos (indios, chinos) que generalmente hablaban entre sí por la dificultad del idioma, incluyendo a varias personas del medio oriente (Iraq, Azerbajan), europeos occidentales como yo, los estadounidenses (irlandeses, judíos, afro)... Todos en el gran 'melting pot'. Todos, adaptándonos a la 'american way of life'.

Comenzaron los asesinatos de la policía a personas negras, arrestos injustificados, el tan necesario movimiento #Blacklivesmatter, los disturbios. Costaba creer que era el mismo país. Me dolía en el alma por mis amigos.

En el fondo, en Estados Unidos yo nunca fui vista como "blanca" por el hecho de hablar español. Al decir: "I'm from Spain", la falta de conocimiento geográfico junto con la idea de que todo lo español implica latino, me cubría de un halo de solidaridad étnica por ser, también, latina para ellos. También hay más costumbre de permitir aliados blancos, como Bernie Sanders o JFK.

Aquí, en cambio, no solo soy efectiva y claramente blanca. Soy el recuerdo del ejército colonizador. La España esclavizadora. Soy la presencia de la administración central que no confía en las capacidades locales para ejecutar y reportar adecuadamente sobre sus actividades (independientemente de si hay razón para esa desconfianza).

Además, sí existe una diferencia cultural. Niego que sea entre el blanco y el negro. Seguramente sea más el producto de una diferencia educativa; de una vida rural y comunitaria en vez de urbana e individualista. De la violencia generalizada y sistémica que se ha vivido durante más de 50 años en muchas de estas comunidades. El color ha sido casualidad (o segregación).

La otra cosa que se me ocurre, hablando con Keops en la puerta de su tienda mientras vemos llover, es la opresión, persecución y castigo tan fuerte que ha sufrido la etnia Afro solo por serlo. Desde hace cientos, sino miles de años. Hoy, siglo XXI, todavía se escuchan comentarios del tipo: "a esa ciudad había que echarle una bomba y empezar de cero, porque esos morenos no son más que vagos".

lunes, 4 de septiembre de 2017

Oficina de campo

Ser administrativa de un proyecto en terreno tiene todos los horrores del trabajo intenso de oficina más las dificultades del trabajo de campo, sin ninguno de los beneficios de estar efectivamente en terreno.

Es decir, en estos 20 días, he currado un promedio de 12 horas al día. Algunos sábados y domingos incluidos. La mayoría, pegada al ordenador y sin salir de casa más que para tomar un poco de aire o comprar alguna cosa. Pero además, me he quedado tres veces sin agua y he aprendido a poner los cubos para las goteras de casa como una experta. Tengo los dedos cuarteados de lavar la ropa y el suelo "a mano". La piel sucia de bañarme con agua llena de moho. En fin.

Y he pasado, como máximo, unas 6 horas con los niños por los cuales supuestamente hago todo esto.

Vaya, que encontrar la motivación a veces cuesta.

Trabajar con un equipo adulto parece, desde fuera, más sencillo. Pero la realidad es que poco a poco voy descubriendo lo que era, en definitiva, inevitable. El equipo no ha parado a pensar ni un momento lo que me trae aquí. Cuál es mi objetivo para estar en este proyecto. Y me ven, desde el principio, como el enemigo. Una extranjera impuesta desde arriba que viene a decirles lo que tienen que hacer.

No importa lo participativo que está siendo el proyecto. No lo ven. Cada "no" que sale de mi boca, independientemente del fundamento tras su razón, es motivo de antagonismo. Porque ya se ha creado una expectativa y una corriente de pensamiento hacia la idea de que soy "la otra".

Mil veces me he planteado ya la cuestión de: "¿qué es el desarrollo?"

Piden y piden educación, salud... Pero a la hora de la verdad, ellos mismos a sabiendas engañan y evaden el sistema para no pagar la seguridad social que cubre esos costes. Trabajan en negro pudiendo cotizar. Buscan beneficiarse y enriquecer a amigos o familiares con dinero del proyecto. Llega el partido de la Selección y bueno, para qué trabajar si puedes sentarte delante de la tele.

Y se paraliza la ciudad. Dos meses de fiesta patronal.

¿Hay entonces, realmente, una intención? ¿Un deseo en migrar hacia el modelo de vida existente en el mundo post-industrial? O, por el contrario, se esperan los beneficios sin el esfuerzo. Bajo alguna creencia errónea de que es el sistema, y no el conjunto de personas que lo componen, quien provee esos servicios.

Es triste encontrarse sintiendo con fuerza la creencia de todos esos prejuicios que has repudiado repetidas veces. Que no, no es pereza. Es abandono estatal. Que no, no es desgana o desinterés, es racismo institucionalizado.

Pero ay, de cerca, qué de dudas... ¡Y cuánto se confunden los factores!

¿Qué fue primero? ¿¿El asistencialismo o la desidia??