miércoles, 31 de agosto de 2016

La servidumbre de Yusi

La primera clase a la que me asignaron se llama, irónicamente, 'círculo de aprendizaje'. Una suerte de amalgama de dificultades de aprendizaje, problemas de comportamiento y atrasos por motivos externos con más de veinte niños entre 8 y 15 años de edad.

Como es de esperar, con perfiles tan diversos, ahí no aprende nadie.

Durante ese primer día en la Fundación captó mi atención Yusi, una niña a la cual la profesora del aula llamaba sin reparo "la india"; que no sabe leer.
Mi primera propuesta para ocupar el horario de mañana fue, entonces, dar clases de alfabetización a Yusi. Quien, claramente, de otra forma no iba a avanzar en su aprendizaje en un entorno similar.

Puesto que pasé las tres primeras semanas realizando la suplencia de una profesora enferma en otro salón -tarea que, por otra parte, no me correspondía en absoluto-, tuve que retrasar el comienzo de mi trabajo con Yusi hasta hace solo un par de semanas antes del paro. Fue entonces cuando me dejaron compaginar las sesiones individuales con sus clases individuales.

Hasta ahora hemos tenido unas 4 sesiones, en las que el tema principal ha sido aprender el abecedario. Yo no soy logopeda, pero comparando con otros niños se aprecia claramente que Yusi tiene algún tipo de dificultad de aprendizaje. Le cuesta repetir los sonidos de las letras incluso justo después de haberlos oído. Pero tiene la mejor intención, y realiza un esfuerzo constante sin dejar nunca de sonreír mientras trabajamos. Pone todo su interés en aprender y no se molesta cuando le pido que repita por novena vez lo mismo. 

Motivada por sus ganas, he querido buscar un método que le ayude a superar el reto del alfabeto. Resulta que se utiliza, precisamente con niños con dificultades de aprendizaje (o eso dice internet), un enfoque multisensorial para que aprendan tocando -además de viendo y oyendo-. Así que hoy hemos hecho las letras con plastilina.

No sé si ha sido eso, o el hecho de llevar varias sesiones a solas, el caso es que Yusi ha arrancado a hablar y me ha contado su historia. El esfuerzo que he tenido que hacer por no llorar o indignarme, por darle fuerzas y animarla, espero que podáis imaginarlo un poco leyendo lo siguiente:

Ella es de un pueblito, donde sigue estando su madre. Su padre murió porque "le hicieron una brujería".  Y su padrastro, "no le sirve de nada" a su mamá. Toma demasiado y a veces la pega. Ella dice muy razonablemente que, sin ser su papá y tratando así de mal a su mamá, le decía que no era quien para hablarle mal. Tiene 6 hermanos y hermanas, más una "de crianza" que su mamá cuidó cuando se quedó sin padres. Como no sabe contar bien, me ha dicho los nombres mientras yo los contaba. Tiene alrededor de 12 años. Digo yo, porque no sabe cuántos años tiene y no ha podido decirme una aproximación. 

Ella ahora vive con una señora. Su concepción del tiempo es difusa, por tanto no he podido establecer desde cuando; creo que más o menos desde que empezó el año escolar. Antes vivía en Itsmina con otra señora. 
Aquí viene lo serio.
Yusi cocina, friega los platos, el suelo, arregla las camas y hace cualquier otra tarea de la casa que a la señora se le antoje pedirle. A CAMBIO DE IR A LA ESCUELA. Una escuela pública. Yusi, de nuevo con un fascinante don de observación y reflexión, se queja de que ni siquiera le ha comprado el uniforme.
Y cierto es. La ropa de los niños de esta escuela es llamativa al ojo occidental por su extremo desgaste. No hay calcetín sin agujero, suela de zapato sin despegar, camisa con todos sus botones completos, falda o pantalón que no necesite remiendo. Pero el caso de Yusi es particular. Lleva la misma camisa dos tallas más pequeña y con un roto bajo la axila a diario -seguramente la tendrá que lavar cada tarde-, y no tiene falda. Utiliza unas bermudas vaqueras (shorts de jean). Logra disimular porque lleva las medias blancas. Y porque otras niñas se saltan en ocasiones el código de vestimenta para ir en ropa de calle.

Se nota que necesita desahogarse. Una vez que empieza a hablar, parece una muchacha adulta desquitándose tras un duro día. Me dice que lo que más le molestó fue un comentario de la señora el otro día, cuando ésta le dijo: "Usted es una sirvienta, haga lo que se le manda".
Explica que la señora con la que vive también tuvo que ser sirvienta de niña, y se lo recuerda constantemente para demandar tareas de ella. Me cuenta que viven con el hijo, a quien también debe atender; que está embarazada.

Quiero conocer las razones que llevaron a Yusi a alejarse de su madre. Me narra cómo en el pueblo la gente era muy "corrinchera" (que crea problemas, o eso entendí). Tuvo un percance con alguien de allí, quien alegaba un mal comportamiento suyo. La madre, para no enemistarse con nadie, prefirió mandarla a la ciudad. La señora con la que ahora vive le dijo a su madre que necesitaba una niña para hacerle tareas en la casa, y ella aceptó. Su madre solo cuida ahora de uno de sus hermanos. Los demás, quién sabe dónde los tendrá.
Hace ya un tiempo que no habla con su madre (más o menos dos semanas, hemos precisado). No tiene teléfono, y es posible que haya perdido el de la señora -me comenta la niña-. Es despreocupada con sus hijos. Manifiesta, aun así, echarla de menos.

Yusi, con otra aún más impactante muestra de madurez y fortaleza, responde cuando le pregunto sobre el acuerdo que ella acepta su condición mientras pueda aprender. Aunque no le parece que la señora esté cumpliendo totalmente el trato por el uniforme. Dice que a su hijo le ayuda en las tareas pero a ella no. Tiene algo de tiempo libre a veces para ir a visitar a la hermanita, quien vive cerca. Pero si sale la regañan o la llaman para que atienda alguna tarea.

Yusi quiere ser enfermera. Quiere ir con su hermana mayor, la de crianza, que está viviendo en Bogotá.
Le he dicho que es valiente, fuerte y maravillosa.
Que va a lograr lo que se proponga.

Pero me he quedado con unas ganas de agarrar a su madre y a la tal señora por los pelos... Creo que me entendéis.

lunes, 29 de agosto de 2016

MACROmachismos

Hoy la escuela y las actividades han vuelto a la normalidad.
Es decir, a su relativo caos de niños que van a clase en un horario aproximado de 7:30 a 12 -si quieren-, y acuden a actividades extraescolares -si quieren. En el cual yo he tenido que prescindir de realizar mi taller de la tarde (e improvisar algo distinto) porque me han ocupado, sin previo aviso, la sala para una actividad no programada.
Un caos relativo, por ser menos caótico que el paro. O, por lo menos, más manejable para mí; que ya me he acostumbrado a él.

Dentro de la ausencia completa de tutelaje en la que me encuentro para planificar los talleres, a veces me encuentro -como supongo que es normal- sin ideas para las actividades.
Para que entendáis, además de las sesiones de terapia individual, estoy haciendo "oficialmente" dos cosas más:
- Un Taller de Empoderamiento de Derechos (por las tardes)
- Y un Taller de Inteligencia Emocional (con los niños de 4º y 5º)

Digo oficialmente, porque luego mucho tiempo se va en falta de organización. Y también siento que gran parte de mi trabajo aquí está en los consejos que doy a los niños cuando hablo con ellos fuera de estos espacios. En la resolución de conflictos que surgen constantemente. Y ya, en ocasiones, ellos mismos vienen a buscarme para comentar cosas que les preocupan. En esas charlas que no son motivadas por mí, sino que salen de ellos mismos, y en su búsqueda de respuestas están las oportunidades más grandes de mejora. Pero me voy del tema...

El caso es que improvisando actividades ayer y hoy con niñas que me habían caído encima sin yo tener planeado trabajar con ellas, se me ocurrió expandir el tema del empoderamiento (estirando el derecho a la igualdad) hacia la equidad de género. Así que llevo dos días charlando con ellas y mostrándoles videos sobre la igualdad entre niños y niñas en derechos, capacidades y potencialidades.


Mi interés surge, como todo lo que intento hacer, de una mirada a mi alrededor. Y es que durante el famoso paro, me sucedió lo siguiente:

Los vecinos que tengo enfrente son una fundación que colabora con mujeres víctimas de violencia intrafamiliar a generar proyectos productivos. Yo he colaborado a ratos con ellos en la creación de encuestas y revisando documentación. Durante el paro famoso, me invitan los fundadores a pasar para charlar sobre la presentación a convocatoria de un proyecto con el cual quieren que colabore. Al terminar de leer los términos de referencia, lo comentamos y llegan más colaboradores de la fundación -todos hombres-. Empezamos a conversar sobre el paro y uno de ellos me pregunta:
- Usted tiene cocina en la casa, ¿no es cierto? Entonces ahora durante el paro nos va a colaborar, ¿verdad?
- Pues... Sí, yo tengo cocina, pueden cocinar lo que necesiten - Respondo.
- No, pero me refiero que si usted nos cocina ahí algo.
Entendiendo que la situación alimenticia está ya complicada pues el paro llevaba varios días ya, a la vez que perpleja por las formas, respondo: 
- Pues, yo no sé hacer más que un huevo y...
- Y agua templá! Se le recibe el huevo, hágale, unos huevitos perico así pa los cuatro que estamos.
- Mire, yo le presto la cocina y ahí están los huevos.
Tras un rato de insistencia, cuando incluso le acerco la llave para dársela:
- ¡Cómo no va a saber cocinar, qué tal que la secuestren, le vamos a pagar un curso del SENA!
- Pues si me secuestran que cocine el hombre que me secuestró - Digo, ya claramente indignada pero sin querer demostrarlo para no buscarme problemas en casa ajena.
Finalmente me marché, y obviamente no se comieron los huevos ni entraron a la cocina.

El viernes, el mismo señor con el que más he tratado -que parece el que organiza la fundación-, al decirle que salía a almorzar se autoinvitó ("acá la espero, descanse y vamos"). No invitan, imponen. No ofrecen, ordenan. Cuando, sin remilgos y harta le dije simplemente que no, que iba sola e iba a trabajar, se atrevió a decirme que le quedaba debiendo nosequé.  

Este es un caso extremo. De hipermachismo. Claro y tenaz. A este señor, cuando no necesite morderme la lengua por si algún día me quedo sin agua y tengo que llamar a su puerta a pedírsela, le voy a cantar las cuarenta. Que se prepare el 30 de septiembre.

Pero luego hay otros. Si yo os contara la lista de pretendientes que me he echado FLIPÁIS. Y estoy aburrida. De la heteronormatividad. De que los tíos que me cruzo por la calle asuman que por ser mujer me tienen que gustar los hombres, los piropos, los halagos, las cosas bonitas y el chocolate. Bueno, el chocolate podéis asumirlo y regalarme mucho mucho. Pero no esperéis nada a cambio.
Qué pereza.

Lo más triste es que le preguntas a unas niñas de 10 años que, si el papá y la mamá trabajan todo el día, ¿quién tiene que cuidar a los niños y limpiar la casa?, responden convencidas: "¡La mamá!"


viernes, 26 de agosto de 2016

El cuento de nunca acabar

Estar enfrentándose a un reto detrás de otro de forma incesante desgasta psíquicamente como no os podéis imaginar. No es el hecho del contratiempo lo que agota, sino el trabajo mental que requiere mantenerse de buen ánimo y actitud para poder verlo como un aprendizaje y una oportunidad; de forma que no empañe la experiencia y las ganas de seguir.

El paro cívico o huelga general ha terminado. Por tanto, ayer pude regresar a la escuela y la Fundación -pero no os creáis, había unos 50 niños y niñas de los 480 que son en total-. Seguramente hasta el lunes no vuelva todo a la normalidad.

La falta de compromiso y liderazgo por parte del "equipo" es desmotivante. Hay dos personas cobrando y yo, de gratis.
¿Quién ha sido la primera en llegar estos días? ¿Quién es la única que trabaja con los niños la mayor parte del tiempo implementando actividades?
El único trabajo que se realiza es planificar frente al ordenador actividades que nunca se llevan a cabo, sin parar; en ocasiones encerrados en la oficina, o mirando a los niños que dejo pasar como si incordiaran. Actividades que, además, si nos vamos a poner quisquillosos están fatal diseñadas de acuerdo al enfoque de marco lógico que pretenden aplicar. No tienen en cuenta los recursos disponibles, el contexto, ni realizan nunca antes una identificación previa al diseño (cero pertinentes, sostenibles o eficientes; dudosamente eficaces o con impacto puesto que no llegan a ejecutarse nunca).
¡Qué sorpresa que no se logren ejecutar! Y en cuanto hay una propuesta, te dejan a tu aire. Porque siempre es mejor que la tarea la haga otra por ti.

Tras esto, llegas a casa a relajarte con una serie y... No hay Internet.
Porque aquí, cada día es algo. Siempre va a ir algo de la forma que no esperabas y te va a testar el aguante. Y tal vez tener Internet parezca una nimiedad en un contexto como este; pero es el único resquicio de "cotidianeidad" que tiene mi vida y, por ende, mi forma de desconectar.

Lo mejor llega cuando descubres que la razón por la cual no funciona es que la casera corrupta no lo ha querido pagar. Sí o sí va a tocar hablar con ella o sus esbirros para solucionarlo... A#S%D*F!G?H&J~K°L+Ñ


Y aquí dejo de protestar. Nada mejor que estar sin Internet para recuperar el gusto por devorar libros.
Y porque, después de todo, nunca he tenido un trabajo que me llene tanto y me haga tan feliz.

domingo, 21 de agosto de 2016

Eucaristía

El sitio que más paz me aporta en esta ciudad caótica por costumbre, la catedral, lleva cerrado toda la semana con motivo del paro cívico. La diócesis está apoyando el motivo de la protesta. Y, aunque no lo hiciera, al encontrarse en la plaza principal -la cual emplea el Comité para reunirse cada día antes de la marcha- sería cierto riesgo dejar las puertas abiertas.

Afortunadamente, hoy el Comité ha tenido la sensatez de "permitir" a los comercios abrir entre las 10 de la mañana y las 2 de la tarde para que la gente pudiera abastecerse. Así, yo he decidido salir de mi encierro y dar un paseo hasta la catedral; para comprar luego algunas cosas que hacían falta. Las imágenes han sido desoladoras.

La gente por la calle cargando en remolques para moto sacos enteros de patatas, arroz, panela... Llevando del mercado ramas de banano completas con más de 40 o 60 piezas de fruta.

Por descontado, los pequeños comerciantes han comenzado a vender desde más temprano (las 7:30 u 8). Y ya desde que he salido, alrededor de las 8:30, las filas delante de las tiendas de alimentación -aquí se llaman 'graneros'- eran inmensas. Más aun puesto que no son autoservicio, sino la mayoría de ellas un mostrador casi a pie de calle que atiende cliente por cliente.


En mi primer intento la catedral estaba cerrada. He ido a desayunar; nuevamente, el lugar bastante más abarrotado y ruidoso de lo habitual. En los 10 minutos que faltaban para que abriera el supermercado he dado un paseo por la vereda del río para despejarme del agobio de la calle principal.
Finalmente, dentro del supermercado he olvidado varios de los productos que iba a comprar porque la falta de cestas me ha hecho cuestionar cómo iba a cargar con todo. En un momento, incluso he pensado en salir de ahí y no arriesgarme. Había tanta gente intentando pasar hacia el area de fruta y verdura que temía que, si lograba acceder, no podría salir. Porque evidentemente seguía entrando más y más gente de la calle. Sobre todo, mi miedo era el ánimo de la gente, la impaciencia. Cuando se trata de comida nadie está dispuesto a ceder el paso o relajar el tono.
A ratos alguien se molestaba por no lograr pasar o por lo lleno que estaba y se notaba el ambiente calentarse. Por suerte el supermercado estaba bien abastecido y ninguna cosa llegó a más.

La espera para pagar ha sido de aproximadamente 1 hora. Con empujones, "¡no se cole!", y encuentros con conocidos incluida. La palabra que más he oído hoy ha sido "Venezuela", a veces en chiste, a veces con sarcasmo, en ocasiones con pesar.




Tras dejar las cosas he logrado volver a salir y encontrar, por fin, el lateral de la catedral abierta para la misa de domingo. Yo prefiero el templo cuando tengo espacio para mi reflexión personal, y no soy muy de escuchar sermones. Pero hoy me ha gustado algo que ha dicho el párroco, naturalmente relacionado con la situación:
"La justicia es el único camino para alcanzar la paz, dar al pueblo lo que necesita es el único camino para la paz".

Y me recuerda a una conversación con mi amigo Luis, un chico de Bogotá que trabaja en la Gobernación y trata con las comunidades a diario (incluidos grupos armados y sus familiares). Él me contaba que una señora familia de guerrilleros, hablando sobre las conversaciones de La Habana, decía:
"Cuando regresen los vamos a matar por traidores, ellos han negociado eso sin pedir nuestra opinión. ¿De qué me sirve la paz si acá seguimos sin electricidad, sin agua ni nada?"

Por descontado, aquí tiene 'el acuerdo' una tarea titánica de educación y re-educación para lograr transmitir que ya se ha sufrido bastante, no se ha conseguido nada; y si se va a lograr será reinvirtiendo los recursos de la guerra en el pueblo, pero no con más lucha armada.
Pero la realidad de fondo en las palabras de esa señora es que esta pelea empezó para dar una vida digna a los pobres, y eso aun no se ha logrado. El gobierno sigue centralizado en el 'triángulo administrativo' de Bogotá, Cali y Medellín, fuera del cual suerte y a Dios gracias si consigues servicios básicos. Se siguen atendiendo prioritariamente las necesidades de las élites, ignorando por completo un pueblo desesperado por hacerse oír.

El paro, os lo explico, es -entre otras cosas- porque el hospital tiene una deuda más grande después de haber pasado a ser gestionado por el gobierno central que antes. Cuando lo que se trataba de evitar era la corrupción del gobierno local, han robado el dinero desde Bogotá. El paro es porque ese hospital no atiende servicios básicos como derrames cerebrales o ataques cardiacos. Y una avioneta medicalizada a Medellín cuesta 11 millones de pesos (3.400 euros). 

Y a pesar de todo, tal vez estamos mejor que en Alemania.


viernes, 19 de agosto de 2016

IDH

Como seguimos en paro, no he podido ir a trabajar por motivos de seguridad. Ayer hubo leves disturbios durante la marcha y los niños no están llegando a la Fundación. Así que hoy toca un poco de clase sobre cooperación con lección de realidad.

Ahora que estamos de Olimpiadas, y tan guay (chévere) es ponerle nota a todo, veamos qué nota saca Colombia donde de verdad importa.

Aclaro antes de nada que, a mi parecer, este indicador tiene ajustes que realizar cuando considera 8º un país como Estados Unidos; donde la gente puede endeudarse de por vida por ir a urgencias. Esto es simplemente una invitación a reflexionar.

El Índice de Desarrollo Humano es un indicador inventado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) para medir el nivel de vida en los países en función a varios factores: salud, educación, esperanza de vida, producto interior bruto y precio de los alimentos, desigualdad, aspectos de género, pobreza, acceso a comunicaciones, calidad del empleo, sostenibilidad medioambiental, etc.

El resultado del cálculo estadístico es una cifra de hasta 3 decimales, nunca superior a 0,999. Cuanto más se aproxima al 1, presumiblemente mejor es la calidad de vida en ese país o dicha región.

Colombia se sitúa en el puesto 97 de una lista con 188 países, su marca es de 0.72.

El último informe regional del PNUD sobre Colombia analiza el IDH por departamento entre el año 2000 y 2010 (PNUD, 2011, cuadro A.2, anexos). En dicho informe se observa que el departamento de Chocó se encuentra en penúltimo lugar, solo por encima en 'desarrollo humano' al de La Guajira. Y más de una décima completa por debajo de la media nacional todos los años.

Ahora la historia.

Estoy leyendo Things Fall Apart, dura obra cumbre de la literatura nigeriana. Empecé en Madrid (es una novela cortita, pero yo ando falta de ganas para la lectura desde que me dejé los ojos en el master). El caso es que iba en el metro y os traduzco el pedazo de texto que me dejó paralizada:
"- Y cómo está mi hija, Ezinma?
- Ha estado muy bien por algún tiempo ya. Quizá ha venido para quedarse.
- Creo que lo ha hecho. ¿Qué edad tiene ahora?
- Tiene alrededor de diez años.
- Creo que se quedará. Normalmente se quedan si no mueren antes de los seis años de edad.
- Ruego por que se quede - dijo Ekwefi con un suspiro pesado.
La mujer con la que hablaba se llamaba Chielo".

Ahora volvemos a Quibdó, a mis primeros días en la Fundación.

Ni siquiera recuerdo de qué hablábamos, creo que uno de los niños me preguntó mi edad. Entonces:
"- ¡Yo voy a vivir hasta los diez años!
- ¿Por qué solo hasta los diez años? ¿¡Cómo que hasta los diez!? - replico en tono muy sorprendido.
- Si Dios quiere viviré hasta los diez años - vuelve a insistir el niño con convencimiento.
- Pero, ¿cuántos años tienes ahora?
- Nueve, y si Dios quiere viviré hasta mañana y hasta los diez".

Una de las cosas que mide el IDH es la mortalidad infantil, la probabilidad de sobrevivir pasados los 5 años. La historia detrás de los dígitos en la pantalla, más allá del negro sobre blanco, es lo que hay que recordar.

jueves, 18 de agosto de 2016

El paro

Ayer comenzó un paro total (huelga general) en Chocó.

Absolutamente todo cerrado.
Con el propósito de demandar la atención del Gobierno central y mejorar la prestación de servicios públicos.

Aquí, el concepto de servicios mínimos no existe. Dado que se puede alargar de forma indefinida, anteayer el supermercado estaba hasta arriba de gente tratando de abastecerse por miedo a quedarse sin comida. Comprando carros repletos de víveres, y formando una interminable cola. Yo, mitad fe mitad despreocupación, no he hecho lo mismo. Así que espero que dure solo hasta mañana como está planeado o la búsqueda de comida será curiosa.

Hay una gran presión social para no trabajar. Os cuento el caso de Don Emiliano, el señor que me lleva y trae a diario en su 'rapi' (moto-taxi). Es un hombre muy responsable y honesto que se preocupa por hacer bien su trabajo, no ha querido dejarme sin transporte estos días.
En el trayecto de ayer se le notaba cierta incomodidad, mirando de lado a lado. Al principio pensé que era por motivos de seguridad, pues ya me había avisado que debido a las marchas tal vez tendríamos que tomar un camino más largo para evitar la congestión del centro. Pero cuando, siguiendo el camino habitual, nos cruzamos con dos compañeros de trabajo, se esclarece el motivo de su inquietud.

Con el primero, el cual lleva un cliente detrás, Don Emiliano mantiene la siguiente conversación:
"- ¿Usté está camellando?
- Pues sí, hay poco movimiento, a dos mil y no más hasta ahorita en la tarde pero toca".
No alcanzo a captar las siguientes frases, pero se intuye un tono que indica la necesidad de llevar el dinero a casa por poco que sea.

El segundo reprende a Don Emiliano por estar trabajando, a lo cual él responde:
"No más la llevo a ella y guardo la moto, estaba guardada, sino que la tuve que traer y llevar a ella".

Efectivamente, después de dejarme en la Fundación y al llevarme a casa Don Emiliano me repite que va a guardar la moto "para evitarse problemas".

La realidad detrás de ese miedo y esta presión es más compleja que una potente conciencia de clase. Lo cual, en su caso, sería cosa buena a mi parecer.
Al llegar hoy por la mañana a la Fundación -los voluntarios no paramos- me relata el coordinador que, allá por abril, los paramilitares obligaron a un paro armado y duró bastante tiempo. La gente estuvo sin acceso a alimentos, sin poder abrir sus negocios a riesgo de ser asesinados. O huelga o la vida. Ellos sabrían por qué, yo hay veces que me cuesta seguir preguntando... 

"Se está peleando por algo más importante que la comida", me dice Jhoiver (el joven profe de universidad), mientras conversamos sobre este asunto, el sistema político y otros temas del mundo que nos rodea.

martes, 16 de agosto de 2016

El Batallón

Este fin de semana ha sido puente y ha venido la mami a visitarme. Una de las consecuencias de tener una madre VIP es que se puede acabar en situaciones inverosímiles gracias a sus contactos. Por ejemplo, pasar las mini vacaciones en la costa pacífica en un Batallón de la Infantería Naval en lugar de un hotel o resort todo incluido.

Además de las playas paradisiacas -palmeras, selva, pajaritos de colores, ballenas, cangrejos, cascadas y olas- con paisajes de postal, he oído un par de historias dignas de repetir.

Jose Carlos es un muchacho de 18 años prestando el servicio militar obligatorio. Con él he pasado los ratos muertos dentro del batallón. Ahora está sirviendo 'de todero' en la cocina de los sub-oficiales, donde prepara el desayuno, almuerzo y cena. También sirve las cervezas las noches de rumba y se encarga de cobrar a fin de mes. Cosa nada sencilla, al parecer, sobre todo cuando compran botellas entre varios y uno no se acuerda de cuánto bebió o cree que los demás se la acabaron por él. Además de eso, hace cualquier otra cosa que le manden; es decir, 'de todo'. Desde lavar sábanas para que tuviéramos con qué dormir nosotras hasta traer unas colchonetas para que los que estaban enfiestados pudieran quedarse en el comedor a dormir. Con él al lado, eso sí, por si se les antojaba pedir algo en la madrugada.

Jose Carlos cuenta que antes de pedir el cambio de asignación (lo cual consiguió por conocerse bien con los sub-oficiales, diríase enchufe, palanca o rosca) estaba de patrullero. Patrullar es la tarea normal de un joven en el servicio militar. Consiste en recorrer la selva en busca de droga, armas, o grupos insurgentes. Le pregunto si ha estado en un conflicto y me explica que hay dos cosas distintas, el conflicto es cara a cara cuando uno ve a quien tiene enfrente. Un hostigamiento es dispararse estando unos en un cerro y otros en el otro. Él ha estado en varios hostigamientos. Dice que se alcanza a ver personas correr pero no quienes son. Explica, también, que el último en entrar es quien más carga, a él le tocaba ir con una motosierra y 200 cinturones de munición para la ametralladora -tienen un nombre, pero no recuerdo cual-. Ha dormido 9 meses seguidos en la selva.

Una de las cosas que me cuenta es que les prometieron tener más permisos si obtenían resultados. Si encontraban insurgentes, armas o droga. Él no tiene permitido salir de la base sin permiso. Entonces, explica, que tras ser el batallón con más resultados del Pacífico, los altos cargos no cumplieron su palabra. Ahí fue cuando pidió el cambio de asignación. Ya que para dormir en una roca, una quebrada, una tabla o un pastizal; prefería tener baño, cama y comida asegurados trabajando en el comedor.

Jose Carlos me ha contado muchas cosas más. Se fue sin decírselo a su madre, quien estaba esperando ponerle a estudiar para evitarle ingresar tan joven, pues la ley permite retrasar la fecha de entrada hasta haber culminado los estudios universitarios; siempre que el menor esté ya inscrito en la universidad al cumplir los 18. Le encanta leer. Y tiene dudas sobre seguir o no cuando termine los tres meses que le quedan de servicio obligatorio. Quiere estudiar traducción, pero el sueldo fijo es un incentivo difícil de rechazar una vez que te has adaptado a esa vida.


Don Jorge Alberto es el señor con quien tuvimos la suerte de dar para ir de paseo. Desde la propia Ciudad Mutis hay que viajar una hora (media por tierra y media por asfalto) para llegar al corregimiento de El Valle, de donde salen los barcos a ver ballenas, tortugas y delfines. Desde ahí también comienza la caminata por la selva a la reserva natural Ensenada de Utría.
Dado que el viaje es largo, Don Jorge tuvo tiempo para contarnos pinceladas de su vida.

Estudió ingeniería sobre el tratamiento y resistencia de la madera en MIT. Como ingeniero, divorciado, sin hijos, vuelto a casar, con un hijo del segundo matrimonio, ganaba su buena plata. Tenía casa en Miami. Varios apartamentos. Una flota de taxis. Estando separado de la mujer, se distanció del hijo porque la madre le consentía sin que hiciera ningún esfuerzo, siendo mal estudiante. En el divorcio decidió dejarle todo a la mujer, menos sus libros y su carro. Cuenta que a los pocos meses ella había perdido todo, incluido el negocio de taxis.

A la pregunta de ¿qué hace en Bahía Solano un ingeniero del MIT de Manizales?, responde con parsimonia que se dio cuenta de que tenía dinero de sobra. Pero que a él le gustaba pescar, y no pescaba, le gustaba cocinar, y no cocinaba; entonces decidió cambiar la plata por la felicidad de hacer lo que le gustaba.

Conoció a una mujer belga, a la cual llama 'la mona' ('la rubia'). Juntos se dedicaron al negocio de comprar y vender madera un tiempo, cuando ella empezó a insistir en ir hacia el Pacífico. Primero vivieron en Quibdó, hasta que el ruido y la contaminación empezó a ser mala para los animales. Ella quería vivir junto al mar. Y, finalmente, en vuelo charter se fueron ellos dos y los perros, gatos, pájaros y peces a Bahía Solano. Se dedican a rehabilitar y reubicar animales heridos, aunque tienen dos guacamayas que por más que sueltan no se quieren ir. 'Prenden el celular' a las 3 de la mañana para comenzar a alimentar, limpiar y medicar a los bichitos. El negocio del motocarro (es como llaman aquí al tuk-tuk, principal medio público de transporte) comenzó cuando decidió entrar a un taller y ofrecer sus servicios como mecánico. Don Jorge explica que allá las cosas eléctricas se arreglan bastante mal, y con sus conocimientos más avanzados se ganó suficientes encargos como para comprar el primer motocarro. Y luego el segundo.

Tanto él como la mujer se dedican a atender el turismo por amor a la zona -se nota-, pues bien podrían vivir de otra cosa. Nos cuenta cómo está tratando de recuperar la historia del origen de la ciudad a través de lo que le cuentan los pescadores. Sabe que fueron siete familias las que fundaron la zona, y le faltan solo dos apellidos para completar su reconstrucción del pasado. Sus vacaciones, 5 de cada 30 días al mes, consisten en perderse en la selva o caminar de un corregimiento al otro acampando en distintas fases.

Don Jorge Alberto se autodefine como estricto, y es verdaderamente el hombre más puntual que pueda haber. Es ciudadano estadounidense y da buenas razones para no tener en alta estima a los militares. Habla embera. E insiste en que uno siempre debe tener un plan B, pero más sencillo que el plan A.

miércoles, 10 de agosto de 2016

Asistencialismo

Más allá de los daños directos que desgraciadamente en ocasiones se dan (corrupción, abuso, expropiación de identidad cultural), el peor mal que puede hacer una organización a la comunidad en la que trabaja es, sin duda, generar una dinámica de dependencia.

La cooperación y la academia del desarrollo son disciplinas jóvenes -de los 90s-, con raíces puramente centradas en el crecimiento económico. Y los proyectos de desarrollo se han pensado muchas veces desde la posición caritativa de "démosle al pobrecito que no tiene" o desde el generoso con poder ofreciéndole al débil. En casos aun peores incluso, los ricos invertían (invierten) para mejorar zonas estratégicas solo si esperaban de alguna manera obtener un incremento en sus negocios allí; o sus inversiones devueltas con creces.

Por ello, solo los proyectos que empiezan ahora (y no todos) se plantean la importancia de no generar dependencias a los usuarios. De empoderar. Y de incentivar que el Estado se encargue de cumplir sus labores donde no lo estaba haciendo. Para que, cuando la organización se vaya, los servicios sigan en pie.

Nos desplazamos ahora a Quibdó. A cada paso se ve un coche oficial de alguna organización distinta: Comité Internacional de la Cruz Roja, Organización Internacional para las Migraciones, World Wildlife Fund, Misión Médica, Misiones Salesianas, Misiones Franciscanas, la cooperación suiza -como quiera que se llamen, hay suizos a tutiplén-. Paseas y encuentras fundaciones locales. Para mujeres con microempresas tengo dos distintas al lado de casa.

Quibdó tiene 100.000 habitantes. 
Me juego la mano a que en los últimos 10 años ha tenido por lo menos 1 proyecto por cada 100 de ellos.
Aun así, el nivel de vida deja bastante que desear.
Muchas calles están sin asfaltar. No hay agua potable si no se hierve. Tampoco baños en muchas casas (aproximadamente la mitad de los niños de mi escuela no tienen, con el consecuente problema de higiene y salud). La desescolarización y analfabetismo no lo curan la presencia de escuelas. Se pasa hambre. Los niños tienen los dientes podridos por malnutrición. 

Entonces, ¿qué falla?

A mi parecer, y el de Jhoiver -un joven catedrático de español en la universidad-, nadie se ha molestado en incentivar la responsabilidad personal. Él viene de una comunidad colectiva en la cual su padre plantaba para todo el mundo en tierra compartida. Mientras su padre plantaba, el señor que había sembrado y cosechado en el turno anterior alimentaba a la comunidad. Posteriormente, la comunidad se alimentaba de la cosecha de su padre mientras crecía la que plantaba el siguiente señor, y así. Jhoiver me explica que la absorción por el sistema capitalista de estas comunidades es abrupto. Cuenta que es complejo explicar los términos de la pertenencia privada a quien ha vivido siempre así. Él piensa que donde se equivocaron las organizaciones como la Fundación desde el principio fue en no ayudar a crear un concepto colectivo de lo que se ofrecía a la gente como algo "de todos", para propiciar así su cuidado. Me cuenta que se han limitado a dar y dar sin más, y la gente se ha acostumbrado a recibir.

¿A quién no le gustaría que le dieran todo hecho? ¿Se puede culpar a la comunidad? Yo creo que no. Tras más de 10 años de repartir inconscientemente, sin apoyarse en ningún tipo de programa para incrementar las capacidades locales, la propia Fundación ha transformado a esta gente en limosneros.

 No era su naturaleza. No lo es. Siguen teniendo potencialidades.
Pero nada desespera y desesperanza más que un niño extendiendo la mano para decir:
"- Deme 200, seño".




 


martes, 9 de agosto de 2016

Poliamor en la selva

En Colombia, solo el grado es necesario para poder abrir consulta y ofrecer terapia psicológica clínica. Aunque he reiterado que yo no me siento completamente formada para realizar sesiones de terapia con los niños, la Fundación ha insistido que quiere que estas se lleven a cabo. Por ello, las estoy realizando de forma que sean actividades (arte-terapia, jugar con plastilina, entrevistas sobre su día a día). Con ello, evito hurgar en temas sensibles y desmontarles sus defensas. En lugar de estimular la catarsis sin estar segura de tener herramientas para ofrecerles, les doy consejos sobre temas que seguramente no sean la raíz de su 'mal comportamiento', pero salen de forma natural en la conversación. Una vez que se haya generado confianza, espero que empiecen por ellos mismos a hablar de aquellas cosas que les producen desasosiego; según vayan viendo que durante esa hora están en un espacio seguro y libre de juicios. Humanismo puro.

En la sesión de hoy, con Ronald, hemos repasado su árbol familiar, porque es un verdadero jaleo. Normal que el niño tenga problemas si no está seguro de dónde viene y quién es su familia, ¡qué inestabilidad! Confunde a las primas con las que vive con hermanas, ellas están allí sin ningún progenitor. En su casa no viven ninguno de sus otros 4 hermanos, dos de los cuales son hermanos completos (de padre y madre) y otros dos solo de madre. Ella, la mamá, está nuevamente embarazada. Y tiene a los demás hijos con ella, salvo a una, que vive con su padre.
No es capaz de especificar cada cuánto ve a sus hermanos o a su madre.

Si os habéis hecho un lío, tranquilos, yo estaba igual al principio.
Y esto es solo media familia.
Ronald vive con tíos, abuela y abuelo, el papá y hasta un tío abuelo medio ciego.

Es más, tuve que ir con Ronald a buscar a Negri (pensando que era su hermana mayor). La muchacha me corrigió, que se llamaba Maria Luisa, no Negri (claro, en qué estaba pensando)... Para que me ayudara a poner en orden la historia familiar de este pequeño de 8 años.

El dato curioso llega cuando Ronald se refiere al señor con quien su madre ha tenido a sus hermanastros como "su otro papá". La primera sesión me resultó simplemente gracioso, producto del tremendo lío que tenía el chaval. Una de las actividades de la segunda sesión ha sido dibujar juntos su árbol familiar, para ayudarle a crear su identidad y lugar en su familia; y por extensión, en el mundo. Ya con los datos correctos. Repasándolo, él insistía que ese otro señor era su papá (omito el nombre para no liaros, yo obviamente ya me conozco a toda su familia). Que cuando iba a su casa con la mamá le daba plata y comida.

Y, ¿quién soy yo para decirle que no? Así que hemos continuado la explicación de su familia asumiendo que Ronald tiene una mamá y dos papás, porque ambos participan en su cuidado. Le he dicho que tenía una preciosa familia por ser tan inmensa, que así nunca se iba a sentir solo. Y se ha ido con una sonrisa y el dibujo de su familia doblado y guardado en un bolsillo.

domingo, 7 de agosto de 2016

Positivismo

Mi profesor de Sistemas Políticos y Desarrollo en África, Mbuyi Kabunda, prevenía contra las visiones únicamente negativas o exclusivamente positivas que predominan en la academia sobre ese continente. Aconsejaba, a cambio, el tan poco valorado REALISMO. Es decir, una de cal y otra de arena.

Yo siempre he sido una gran partidaria del realismo.
Hacer críticas, pero que sean constructivas. Ofrecer halagos, solo si son merecidos.
Sin embargo, siento que las últimas entradas están desequilibrando la balanza, así que esta mañana me he propuesto firmemente escribir hoy sobre algunas cosas buenas y bonitas. No porque sí, sino porque también las hay y merecen su espacio.

Quibdó es una ciudad en la cual la música vibra por cada rincón.

En estos meses, las preparaciones de las fiestas de San Pacho dejan ver desfiles uniformados de diversos colegios, al ritmo de tambores e instrumentos de viento. El 'swing' de los muchachos se siente hasta en el caminar.

Puedes comer helado a cualquier hora y en cualquier momento del año, porque siempre hace el clima perfecto para ello. Eso, tal vez lo tengas en otras ciudades calientes. Lo que no encontrarás más que aquí son sabores que dejan ojiplático y tartamudo al expatriado. Si no eres de la zona, lo mismo te da uno que otro porque no reconocerás ninguna de la inmensa variedad de frutas exóticas: lulo, arazá, badea, chontaduro, carambolo, borojó, guayaba...

Doy fe de que hay gente que tiene romantizadas las tormentas eléctricas, esas con truenos y relámpagos. Yo soy una de ellas. Las tormentacas producen una sensación de sentirse muy a gusto de estar a resguardo. Tal vez por eso nos gustan, porque dejamos por un momento esa incesante necesidad de estar a disgusto con algo. Quizá sean los restos de una etapa gótica mal curada, no sé. Pues aquí hay una prácticamente cada noche, y es genial.

Algo que me encanta del Chocó, y sé que voy a echar de menos a mi vuelta, es la prioridad que tienen las cosas en la vida de la gente. Nadie me ha hablado en todo este tiempo aquí de zapatos, bolsos, ni ningún otro tipo de moda. No he tenido que escuchar conversaciones sobre lo preocupada que estaba nadie por si algo le quedaba bien o mal. Nadie protesta por no tener la última generación de un cacharrito. Los niños no se critican por ir vestidos casi con harapos. La apariencia importa menos.
Lamentablemente, el bombardeo de comerciales en televisión, y la imposición del modelo capitalista hará que cualquiera de estas personas esté incitada a desear más. En el mismo instante en que sus necesidades básicas estén cubiertas se volverán consumistas en lugar de consumidores. Y empezarán a hablar de ello. Pero, mientras que las preocupaciones inmediatas sean el agua, la comida y un techo, incluso para uno mismo; las prioridades revierten a un estado más puro y primigenio.

El cerebro descansa del ruido.


sábado, 6 de agosto de 2016

bananas (1971)

La ciudad está llena de plátanos macho y bananos.
Los venden en cada puesto del mercado, en carros hechos a mano por las calles. Todos tienen una cosa en común. Están incomestiblemente verdes. He malgastado unos pocos miles de pesos y por lo menos media docena de estas frutas en aprender que la única forma de emplearlos es dejarlos fuera de la nevera un par de días, a pesar de que "no se puede dejar comida fuera, porque hay animales".

Esta incongruencia es pequeña en comparación con la que estoy viviendo este fin de semana en relación a la vivienda. Parece, literalmente, salida de la película de Woody Allen sobre una República Bananera en medio de una revolución.

Me viene a la mente este artículo titulado: Cuando tu trabajo de ensueño acaba en depresión. En el cual un trabajador humanitario explica, entre otras cosas, cómo debe cambiar de casa 5 veces en menos de 2 años debido a caseros corruptos. ¿De verdad para 2 meses y medio me va a tocar mudarme?

Tengo renacuajos creciendo en el balde que se usa como reserva por si se acaba el agua, limpié de arriba a abajo una nevera en la que los tomates, cebollas y el jengibre se habían dejado pudrir hasta licuarse, los sábados las dos empleadas vienen con los hijos a poner música a tope y ver televisión, la lavadora ha estado rota todo el mes, no sacan la basura aunque ellas también cocinan, me tengo que fregar mis platos pero hay restos de su comida en la pila, todo el edificio tiene acueducto menos este apartamento porque no lo ha querido contratar...

Pero la que se siente incómoda es ella, la casera, la que nunca duerme aquí entre la mugre. Le ofrezco renegociar el precio de acuerdo a las malas condiciones. Pero es que se siente incómoda porque he puesto quejas sobre la casa. Que no es por el dinero. Ofrezco una cantidad que me parece razonable. Digo que si ofrezco es porque ya estoy dispuesta a aceptar la situación.

Sin respuesta.
Bip.
Bip.
Bip.

Al día siguiente decido pagar a la empleada, como ella me ha pedido, pero la cantidad que yo considero.
Realmente, por el tiempo que queda, no me sale a cuenta el trasteo de buscar, mirar, guardar y sacar. Las mudanzas son un agobio. Aunque sea con una sola maleta, tengo la compra recién hecha. Le escribo que he dejado el dinero y la empleada lo ha cogido, le escribo que no quiero causar problemas, que yo también estoy trabajando, etc. En todo momento insisto en que me gustaría hablar con ella, encontrar momento para conversar y llegar a un acuerdo porque uno hablando se entiende mejor. Que no, que está ocupada.

Que se siente incómoda.
Pero ahora ya sí, con ese dinero, en vez de unos días me da hasta septiembre para encontrar algo.

Entonces,  ¿no era el dinero? ¿Es el orgullo? Ambos, ¿tal vez?

A uno le han enseñado que en ocasiones (muchas) hay que escuchar cosas que no gustan, decir cosas que no se sienten, y tragarse palabras que gustaría decir. Es una parte básica de la socialización comunicativa, ideada para que las relaciones en sociedad fluyan de forma pacífica. 
Aquí no.
Aquí, si no me gusta lo que oigo no te escucho. Directamente, la gente se da la vuelta y se va o cuelga el teléfono. 
Si no me da la gana decir algo, no lo hago (es imposible lograr que los niños se pidan perdón unos a otros tras hacerse daño).
Y, eso sí, lo de no decirse cosas a la cara lo han convertido en un arte. Algún mecanismo de defensa tenían que dejar en pie.

Al ser occidentalmente socializado, no digo yo que sea la mejor forma, pero es a la que me han acostumbrado, esto le resulta totalmente desconcertador. ¿Qué otra forma tiene el ser humano de llegar a acuerdos más que el diálogo? Si te niegas al diálogo de forma reiterada, ¿qué alternativas me quedan? La imposición de mi voluntad, la violencia, la huida. Ninguna me parece tan razonable como el diálogo, por muy occidental que este sea.

Normal que las cosas estén como están en estas tierras. No saben comunicarse.
(Diarios de Colón, primera parte).

Se admiten sugerencias.

viernes, 5 de agosto de 2016

Vida o muerte (los gatitos)

Esta es la historia que no quiero escribir.

Hoy, paseando por la calle me he encontrado con esta imagen:



Estoy tan acostumbrada a ver mi comida esperando fileteada en una bandeja de supermercado que se me había olvidado que respira. Al verlo, recuerdo el momento más difícil hasta ahora de mi estancia aquí. Reflexiono, regresando a casa, que la percepción de la vida y la muerte debe ser fundamentalmente distinta para quien tiene que arrebatarla a diario con sus propias manos para sobrevivir. Lo abrupto del fin de la vida se siente distinto para quien, desde pequeño, ha perdido de manera violenta familiares a un conflicto en el que no estaba muy claro qué bando merecía ganar o cuál había cometido mayores crímenes.

Me cuestiono esa separación artificial que manejamos los omnívoros entre permitir moralmente la muerte de peces, vacas, cerdos... Pero no de los animales que nos gusta tener como compañía. Mientras, la imagen de esas branquias en movimiento me ayuda a aceptar el triste destino de los gatitos.

Mi estancia aquí está siendo una lección en todos los aspectos de la vida, pero sobre todo de la muerte. El duelo, la descomposición.
Un día, una salamandra achicharrada de calor cayó de entre las dobleces de mi persiana al bajarla. Mitad curiosidad científica, mitad pereza, la dejé ahí unos días a ver qué pasaba. Llegué un día al cuarto y había un olor muy peculiar, me imaginé que era la salamandra. Al levantarla, había larvas de mosca por todo su cuerpo. Me sentí asqueada mientras la recogí para tirarla, pero satisfice una duda macabra que anidaba en mí desde que se puso de moda el primer show tipo CSI: saber cuál es ese dichoso olor tan punzante que trae consigo la muerte.

Otro día, aparecieron dos gatitos recién nacidos en la Fundación. En una caja con una tela. Aún con el cordón umbilical. Diminutos. Mandé a un grupo de niñas en búsqueda de la madre sin poder contener las lágrimas, sabiendo que esos gatos no iban a superar la noche sin ella. Compré leche, y hasta pensé en traerlos a la casa, hasta que un análisis a futuro me dejó claro que era una opción terrible (¿qué iba a decir la dueña? ¿Quién los iba a cuidar mientras trabajaba? ¿Dónde iban a hacer sus cosas? ¿Qué haría con ellos al marcharme?). Finalmente, me subí en la moto del señor Emiliano y me fui, llorando todo el camino de regreso a casa por la muerte de esos gatitos inocentes. Por la rabia de saber que una persona, deliberadamente, les había separado de su madre. La impotencia de no poder hacer nada. La indiferencia de la gente cuando les estaba dando la solución (¡solo tenían que alimentarlos hasta el día siguiente! ¡Ya había comprado yo la leche!).

Al día siguiente, decidí llegar sin temor a lo que me pudieran contar sobre los gatos. Sin más lágrimas. Las niñas dijeron algo sobre unos "pelaos" que habían botado la leche y no sé que más. Acepté su muerte y continué con mi vida, ya no podía hacer nada.
Pero no estaba preparada para encontrarme, dos días después, el olor a muerte saliendo de la inconfundible caja; escondida entre las plantas mientras las regaba. Alguien debió pensar que sería muy divertido traer los cadáveres de los pobres gatitos de vuelta a la Fundación y dejarlos pudrir dentro.

Cuando la muerte nos deja insensibles, nos volvemos asesinos.





jueves, 4 de agosto de 2016

Pesadillas

Jhoiver me busca y me abraza todos los días.

Me sigue por la escuela durante las clases. Viene al colegio, pero no quiere entrar al aula. "¡En mi clase hay un poco de rateros, seño!" Es uno de los niños que a menudo remolonea alrededor de la Fundación al acabar las clases, aunque ya sabe que vamos a mandarle a su casa a almorzar hasta que comiencen las actividades de la tarde.

Hoy, se sienta a mi lado en el suelo mientras esperamos a que llegue el coordinador y abra la puerta. Quiere entrar a beber agua, está sediento porque en la escuela no había. No le importa que sea agua de lluvia sin hervir. El camino hasta su casa es muy largo, a pie, y el sol a esta hora quema.

Esperando a mi lado, me cuenta:
"- Seño, anoche soñé que picaban a mi tío.
(Le miro pasmada, sin querer comprender del todo sus palabras).
- Grité mucho.
- (Empiezo a comprender...) Tuviste un mal sueño, ¿mi amor?
- Soñé que lo picaban por aquí (se señala el brazo en movimiento de corte).
- Eso es porque has oído algo, ¿verdad? Has oído hablar que le han hecho eso a alguien...
- Sí, que picaron a un señor y lo botaron en unas bolsas".

Intento explicarle que los sueños no son malos, pero Jhoiver me dice que para él sí. A su manera y con gestos indica que sintió miedo. Entonces, de forma improvisada, lo mejor que se me ocurre es inventarme una explicación.

Le cuento a Jhoiver que los sueños... "¿Has visto alguna vez cuando lavan una moto y escurre todo el agua con la porquería?" Pues el cerebro es igual, se llena de cosas que vemos, oímos, sentimos y aprendemos. Por la noche, al dormir, se lava. Los sueños son esa porquería mezclándose toda y escurriéndose, pero no son malos; porque ayudan a dejar el cerebro bien limpio y nuevo para el día siguiente poder ver, oír, sentir y aprender más cosas nuevas.

Parece más tranquilo.
Siento que he hecho un buen trabajo. Empiezo a entender la importancia del método cualitativo en terreno. Hay acciones que no se pueden medir con impactos más grandes que las que sí se miden.

lunes, 1 de agosto de 2016

Escuela no es igual a educación

Por lo menos desde la Convención sobre los Derechos del Niño, en 1989, los menores tienen el derecho a recibir una educación en igualdad de condiciones; entendiéndose en primer lugar como la enseñanza primaria obligatoria y gratuita. La Convención incluye otros deberes de los Estados respecto al derecho a la educación de los niños, niñas y adolescentes... Pero con el primero ya tenemos para frustrarnos un rato.

Curiosamente, también menciona que los Estados deberán alentar la cooperación internacional en cuestiones de educación. Lo cual nos trae al caso que relato al continuación. 


En este afán altruista de la especie humana por expandir las bondades del modelo capitalista por el planeta, uno de los proyectos de desarrollo más comunes debe ser sin duda la construcción de escuelas. Loable tarea la de alfabetizar a la humanidad, donde la haya.


Hasta que te topas con la iglesia, que solo da letras a cambio de fe. 

Pero ese es un tema para otro día.

Hoy os quiero contar sobre la Fundación. Uno de estos lugares que gracias a algo de renombre y bastantes fondos privados, ha construido una escuela primaria en lo alto del barrio más perdido de Quibdó. Pero como esto de la gestión de escuelas es un papeleo horrendo, requiere experiencia y trabajo, va y le cede las 20 casetas de clases y la cancha al Ministerio de Educación.

El buen Ministerio, siguiendo la letra de la ley, obedece la Convención. Y aunque no tiene personal, fondos, ni formación para encargarse de la noche a la mañana de una nueva escuela pública en el barrio más feito de la ciudad, "hay que alentar la cooperación". Y, seguramente, a ver quién le dice que no a esta rubia, digo morena, digo rubia, digo mmmm...

Pero 12 años después, lo que parecía un gran regalo con toda la buena intención, hace aguas (literalmente, se inunda cuando llueve) por todas partes. Los profesores están quemados de lidiar con niños inmanejables, los niños lo son porque no se enteran de la mitad de las clases debido al desorden y la falta de nivel; el horario, la disciplina, y los valores son inexistentes. A diario, se observan violentísimas peleas entre los menores y todo el mundo parece haber tirado la toalla.

En un salón de esta escuela, Daisury y Wendy se enzarzan en una pelea tan brutal que se arrancan las trenzas, haciendo volar las shakiras de colores que llevan de adorno. Mientras, la profesora observa impotente la bulla existente en el aula. La mitad de la clase está en pie haciendo su santa voluntad. Grita silencio, el volumen de ruido baja perceptiblemente durante breves momentos, pero vuelve a aumentar a un griterío ensordecedor mientras intenta continuar con las instrucciones para realizar el siguiente ejercicio de matemáticas.

La profesora se acerca a Felipe, uno de los niños que está de pie sobre una silla:
"- Felipe, siéntate. Estamos trabajando. Lee las instrucciones del ejercicio. Venga, ¿qué pone en el tablero?
- ¿Ahí?
- Sí, lee. Debajo de la fecha. Pone, 'objetivo: mejorar en matemáticas'. Y luego unas instrucciones, ¿qué dicen? Léelo.
- Me da pena, seño.
- Demostrar lo que uno sabe no debe dar pena, vamos.
- ....
- ¿Sabes leer?
- ...
- A ver, lee esto (señalando el título de un cuento: La Luna Roja). ¿La 'L' con la 'A'?
- LA
¿La 'L' con la 'U'?
- LU
- ¿La 'N' con la 'A'?
- LA
- La 'N' con la 'A', NA. ¿Todo junto?
- Luna
- (Y así... Hasta decir el título entero). Muy bien, Felipe, lo has hecho genial!"

Felipe no se vuelve a levantar más en esa clase, e intenta copiar, aunque mal, los ejercicios. Ahhhh. Como si fuera la primera vez que le prestan atención e intentan enseñarle, está encantado. Esto, en 3º, con 10 años.
Esto, es la dejadez de quien le ha dejado pasar por preescolar, primero y segundo sin aprender a leer.
Y como Felipe, en este salón hay cuatro más por lo menos.

No quiero pasar por alto el título de esta entrada, sacado de un comentario realizado por algún profesor del Máster. Puedes poner toda la chapa y ladrillos del mundo y no estar aportando educación, o tener una lona sujeta por un palo y hacerlo. Escuela no es igual a educación. Es decir, hace falta invertir en algo más que infraestructura para proveer a los niños y niñas de este derecho básico.