Este fin de semana ha sido puente y ha venido la mami a visitarme. Una de las consecuencias de tener una madre VIP es que se puede acabar en situaciones inverosímiles gracias a sus contactos. Por ejemplo, pasar las mini vacaciones en la costa pacífica en un Batallón de la Infantería Naval en lugar de un hotel o resort todo incluido.
Además de las playas paradisiacas -palmeras, selva, pajaritos de colores, ballenas, cangrejos, cascadas y olas- con paisajes de postal, he oído un par de historias dignas de repetir.
Jose Carlos es un muchacho de 18 años prestando el servicio militar obligatorio. Con él he pasado los ratos muertos dentro del batallón. Ahora está sirviendo 'de todero' en la cocina de los sub-oficiales, donde prepara el desayuno, almuerzo y cena. También sirve las cervezas las noches de rumba y se encarga de cobrar a fin de mes. Cosa nada sencilla, al parecer, sobre todo cuando compran botellas entre varios y uno no se acuerda de cuánto bebió o cree que los demás se la acabaron por él. Además de eso, hace cualquier otra cosa que le manden; es decir, 'de todo'. Desde lavar sábanas para que tuviéramos con qué dormir nosotras hasta traer unas colchonetas para que los que estaban enfiestados pudieran quedarse en el comedor a dormir. Con él al lado, eso sí, por si se les antojaba pedir algo en la madrugada.
Jose Carlos cuenta que antes de pedir el cambio de asignación (lo cual consiguió por conocerse bien con los sub-oficiales, diríase enchufe, palanca o rosca) estaba de patrullero. Patrullar es la tarea normal de un joven en el servicio militar. Consiste en recorrer la selva en busca de droga, armas, o grupos insurgentes. Le pregunto si ha estado en un conflicto y me explica que hay dos cosas distintas, el conflicto es cara a cara cuando uno ve a quien tiene enfrente. Un hostigamiento es dispararse estando unos en un cerro y otros en el otro. Él ha estado en varios hostigamientos. Dice que se alcanza a ver personas correr pero no quienes son. Explica, también, que el último en entrar es quien más carga, a él le tocaba ir con una motosierra y 200 cinturones de munición para la ametralladora -tienen un nombre, pero no recuerdo cual-. Ha dormido 9 meses seguidos en la selva.
Una de las cosas que me cuenta es que les prometieron tener más permisos si obtenían resultados. Si encontraban insurgentes, armas o droga. Él no tiene permitido salir de la base sin permiso. Entonces, explica, que tras ser el batallón con más resultados del Pacífico, los altos cargos no cumplieron su palabra. Ahí fue cuando pidió el cambio de asignación. Ya que para dormir en una roca, una quebrada, una tabla o un pastizal; prefería tener baño, cama y comida asegurados trabajando en el comedor.
Jose Carlos me ha contado muchas cosas más. Se fue sin decírselo a su madre, quien estaba esperando ponerle a estudiar para evitarle ingresar tan joven, pues la ley permite retrasar la fecha de entrada hasta haber culminado los estudios universitarios; siempre que el menor esté ya inscrito en la universidad al cumplir los 18. Le encanta leer. Y tiene dudas sobre seguir o no cuando termine los tres meses que le quedan de servicio obligatorio. Quiere estudiar traducción, pero el sueldo fijo es un incentivo difícil de rechazar una vez que te has adaptado a esa vida.
Don Jorge Alberto es el señor con quien tuvimos la suerte de dar para ir de paseo. Desde la propia Ciudad Mutis hay que viajar una hora (media por tierra y media por asfalto) para llegar al corregimiento de El Valle, de donde salen los barcos a ver ballenas, tortugas y delfines. Desde ahí también comienza la caminata por la selva a la reserva natural Ensenada de Utría.
Dado que el viaje es largo, Don Jorge tuvo tiempo para contarnos pinceladas de su vida.
Estudió ingeniería sobre el tratamiento y resistencia de la madera en MIT. Como ingeniero, divorciado, sin hijos, vuelto a casar, con un hijo del segundo matrimonio, ganaba su buena plata. Tenía casa en Miami. Varios apartamentos. Una flota de taxis. Estando separado de la mujer, se distanció del hijo porque la madre le consentía sin que hiciera ningún esfuerzo, siendo mal estudiante. En el divorcio decidió dejarle todo a la mujer, menos sus libros y su carro. Cuenta que a los pocos meses ella había perdido todo, incluido el negocio de taxis.
A la pregunta de ¿qué hace en Bahía Solano un ingeniero del MIT de Manizales?, responde con parsimonia que se dio cuenta de que tenía dinero de sobra. Pero que a él le gustaba pescar, y no pescaba, le gustaba cocinar, y no cocinaba; entonces decidió cambiar la plata por la felicidad de hacer lo que le gustaba.
Conoció a una mujer belga, a la cual llama 'la mona' ('la rubia'). Juntos se dedicaron al negocio de comprar y vender madera un tiempo, cuando ella empezó a insistir en ir hacia el Pacífico. Primero vivieron en Quibdó, hasta que el ruido y la contaminación empezó a ser mala para los animales. Ella quería vivir junto al mar. Y, finalmente, en vuelo charter se fueron ellos dos y los perros, gatos, pájaros y peces a Bahía Solano. Se dedican a rehabilitar y reubicar animales heridos, aunque tienen dos guacamayas que por más que sueltan no se quieren ir. 'Prenden el celular' a las 3 de la mañana para comenzar a alimentar, limpiar y medicar a los bichitos. El negocio del motocarro (es como llaman aquí al tuk-tuk, principal medio público de transporte) comenzó cuando decidió entrar a un taller y ofrecer sus servicios como mecánico. Don Jorge explica que allá las cosas eléctricas se arreglan bastante mal, y con sus conocimientos más avanzados se ganó suficientes encargos como para comprar el primer motocarro. Y luego el segundo.
Tanto él como la mujer se dedican a atender el turismo por amor a la zona -se nota-, pues bien podrían vivir de otra cosa. Nos cuenta cómo está tratando de recuperar la historia del origen de la ciudad a través de lo que le cuentan los pescadores. Sabe que fueron siete familias las que fundaron la zona, y le faltan solo dos apellidos para completar su reconstrucción del pasado. Sus vacaciones, 5 de cada 30 días al mes, consisten en perderse en la selva o caminar de un corregimiento al otro acampando en distintas fases.
Don Jorge Alberto se autodefine como estricto, y es verdaderamente el hombre más puntual que pueda haber. Es ciudadano estadounidense y da buenas razones para no tener en alta estima a los militares. Habla embera. E insiste en que uno siempre debe tener un plan B, pero más sencillo que el plan A.
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