Desde el punto de vista filosófico y científico, la verdad no existe.
Podemos teorizar hasta el aburrimiento sobre la moral y la ética de lo honesto, pero siempre nos daremos contra el muro de la incertidumbre ante la objetividad de lo "real".
¿Qué es verdad, si no puedo saber con certeza si mis experiencias son generadas por un mundo exterior y pasadas por el filtro de mis sentidos y experiencias o simplemente estímulos electromagnéticos que me alimentan? ¿Qué es verdad, si no comprendo cómo esas experiencias modifican la percepción de la realidad en cada quien? ¿Qué es verdad, si no entendemos que la percepción humana abarca una milésima del universo y niega todo lo demás? ¿Qué es verdad, si creemos ciega y únicamente en nuestros propios y limitados instrumentos?
Desde el punto de vista práctico, la verdad es un consenso fundamental para la convivencia.
Y la honestidad, un pilar ético fundamental para el entendimiento.
Importa poco si tu percepción de la situación fue distinta a la mía, o tus experiencias te han llevado a entender convenciones de manera diferente. Lo único importante es que lleguemos a un acuerdo comunicativo y explícito sobre lo que ambas entendemos de la situación.
Aquí, la gente miente.
Miente porque sí. Miente a lo tonto. Miente en cosas en las que es muy fácil pillarles.
Cuentan medias verdades. Cuentan versiones diferentes, omitiendo unos detalles para unas personas y otros detalles para otras, según les convenga. Mienten mucho. Aquí la gente te dice a la cara mil y una veces que: "Sí, seño". Pero luego es que no. Mienten para hacer daño. Mienten para sacar beneficio. Mienten por vergüenza. Mienten por costumbre. Mienten por pereza.
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