Una vorágine incomprensible que te empuja en miles de direcciones a la vez y te obliga a aprender a dejarte llevar por la corriente. Aquí, o descubres los misterios del libre fluir, o te hundes irremediablemente bajo el peso inflexible de tus propios constructos mentales.
Aquí aprendes a no tener expectativas, ni siquiera sobre las cosas más fundamentales -o que lo son para ti-. Y a disfrutar agradeciendo exclusivamente lo presente.
Ayer la electricidad se fue alrededor de las 11 de la noche y no ha vuelto hasta esta mañana a las 7. Aclaro que sin electricidad, además de sin nevera, aquí tampoco hay agua (por el tema de funcionar con una motobomba). Pero ya ha vuelto, respiro tranquila.
Con la incertidumbre de si habrá o no clase, voy a la escuela. Emiliano, mi rapimotero, me gasta una broma diciendo que habló con el coordinador y no hay clase. En mi despiste me la trago entera, sin caer en cuenta que Emiliano no ha tenido ocasión para ver al coordinador. Él se ríe de mí, entretenido por haber logrado gastar su broma. Yo me río de mi misma y me sonrío, agradecida de poder contar con alguien de tanta confianza para el transporte.
Al llegar a la escuela noto algo extraño. Sé que tenemos electricidad porque se escucha alguien hablando por un micrófono en la cancha y hay gente congregada. La nueva becaria de la Fundación está irritada porque nadie le ha avisado del cambio de planes, le explico que aquí debe estar preparada para que cada día sucedan cosas imprevistas. Hoy, una reunión de padres de familia sobre la que nadie nos ha informado. Pinta como que las actividades programadas van a ser difíciles de ejecutar...
La reunión acaba alrededor de las 9. Pero los profesores aprovechan la excusa y ya, total, para una hora y media hasta el descanso dejan a los niños jugar. Y bueno, viendo que por la mañana no ha habido clase, para qué dar clase por la tarde. Finalmente los niños salen a las 11:30 (1 hora antes del horario oficial, media hora antes de lo que suelen salir). Sin haber tenido ni 5 minutos de clase. Todo, por una reunión de 1 hora. Y por unos profesores vagos.
Los mismos que, obviamente, no hacen absolutamente nada por mantener algún tipo de orden durante todo el día de descanso en la cancha. Con lo cual los niños saltan, corren y bailan a su libre albedrío.
Estos mismos maestros son los que, primero con la excusa de no estar debidamente informados de la programación y luego sin motivo -porque se les avisa hasta por escrito de los horarios-, aprovechan cualquier actividad de la Fundación para sentarse a conversar a la sombra en la cancha. En lugar de dar clase, en lugar de estar presentes durante la actividad o colaborar con nosotros para mantener el orden de sus alumnos durante el taller.
Incluso sin programación por nuestra parte, si hace demasiado calor, alguno saca la silla del aula mientras los niños colorean o completan los ejercicios -o no hacen absolutamente nada-. Y se pone a hablar con la vecina del aula contigua. Resultando en dos cursos con profesores ausentes, unos 60 niños sin educación.
Tras la reunión de padres, para pretender que hacían algo y mantener a los niños y niñas entretenidos, pusieron música a todo volumen. Este fue el resultado de la fiesta.
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