lunes, 4 de septiembre de 2017

Oficina de campo

Ser administrativa de un proyecto en terreno tiene todos los horrores del trabajo intenso de oficina más las dificultades del trabajo de campo, sin ninguno de los beneficios de estar efectivamente en terreno.

Es decir, en estos 20 días, he currado un promedio de 12 horas al día. Algunos sábados y domingos incluidos. La mayoría, pegada al ordenador y sin salir de casa más que para tomar un poco de aire o comprar alguna cosa. Pero además, me he quedado tres veces sin agua y he aprendido a poner los cubos para las goteras de casa como una experta. Tengo los dedos cuarteados de lavar la ropa y el suelo "a mano". La piel sucia de bañarme con agua llena de moho. En fin.

Y he pasado, como máximo, unas 6 horas con los niños por los cuales supuestamente hago todo esto.

Vaya, que encontrar la motivación a veces cuesta.

Trabajar con un equipo adulto parece, desde fuera, más sencillo. Pero la realidad es que poco a poco voy descubriendo lo que era, en definitiva, inevitable. El equipo no ha parado a pensar ni un momento lo que me trae aquí. Cuál es mi objetivo para estar en este proyecto. Y me ven, desde el principio, como el enemigo. Una extranjera impuesta desde arriba que viene a decirles lo que tienen que hacer.

No importa lo participativo que está siendo el proyecto. No lo ven. Cada "no" que sale de mi boca, independientemente del fundamento tras su razón, es motivo de antagonismo. Porque ya se ha creado una expectativa y una corriente de pensamiento hacia la idea de que soy "la otra".

Mil veces me he planteado ya la cuestión de: "¿qué es el desarrollo?"

Piden y piden educación, salud... Pero a la hora de la verdad, ellos mismos a sabiendas engañan y evaden el sistema para no pagar la seguridad social que cubre esos costes. Trabajan en negro pudiendo cotizar. Buscan beneficiarse y enriquecer a amigos o familiares con dinero del proyecto. Llega el partido de la Selección y bueno, para qué trabajar si puedes sentarte delante de la tele.

Y se paraliza la ciudad. Dos meses de fiesta patronal.

¿Hay entonces, realmente, una intención? ¿Un deseo en migrar hacia el modelo de vida existente en el mundo post-industrial? O, por el contrario, se esperan los beneficios sin el esfuerzo. Bajo alguna creencia errónea de que es el sistema, y no el conjunto de personas que lo componen, quien provee esos servicios.

Es triste encontrarse sintiendo con fuerza la creencia de todos esos prejuicios que has repudiado repetidas veces. Que no, no es pereza. Es abandono estatal. Que no, no es desgana o desinterés, es racismo institucionalizado.

Pero ay, de cerca, qué de dudas... ¡Y cuánto se confunden los factores!

¿Qué fue primero? ¿¿El asistencialismo o la desidia??

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